Todo partió más o menos así. Me cambié de casa hace cinco meses para abaratar costos y porque el departamento que encontré para arrendar tiene unos añosos árboles maravillosos que penetran casi a la terraza misma, dándome la sensación de que vivo en los confines de un lago sureño o un fiordo noruego. ¿Dije tiene? Ja! Claramente de forma fortuita, en dos viajes, uno a Buenos Aires y otro a Londres, esos árboles ya no existen, y mi vista pasó a ser una vista más hacia los faldeos pelados de los cerros que colindan con la costanera norte. Se los venía advirtiendo, “ni modo se les ocurra cortar esos árboles”, cuando atónito escuché a miembros de la comunidad su aprensión a que por ellos treparan las “arañitas”. ¡En unos edificios con una vigilancia tremenda y a casi medio kilómetro de la puerta principal siempre custodiada! Salvajismo 1-Cultura ambientalista 0. De golpe y une vez más, la estética del feísmo ad portas de mi casa y encubierta en discursos patéticos de una “aristocracia” aterrada de ser vulnerada. Cuando sus nietos no puedan ni respirar por la tala indiscriminada de árboles…ya será demasiado tarde.
Recorriendo el Gatinais y Chantilly en mi último viaje, en carreteras ensombrecidas por kilómetros de maravillosos tilos y castaños, esos que yo ya no veo desde mi pieza, voy descubriendo el encanto y el respeto de la vieja Europa. Y las comparaciones están ahí, fuertes e indignantes. Un tema que no cae bien siquiera mencionarlo en nuestro país; ¿de mal tono? ¿inapropiado? ¿O saquémonos las caretas y reconozcamos que no nos conviene? La estética del feísmo de apoderó de nosotros en un camino que pareciera no tener vuelta. ¿Será como dijo el gran Otto Dorr en Una belleza Nueva, que finalmente a los chilenos nos gusta lo feo? Nos manejamos educadamente mal, hablamos mal, nos vestimos mal, comemos mal, vivimos mal. Amparados en esa pretendida calidad de vida, y reconozco que también la defiendo, de que acá con poco se vive muy bien, y que el servicio doméstico y que el estándar de vida comparativo y otras muchas medias verdades hacen de Santiago un “paraíso”, estamos tapando el sol con un dedo. Vamos viendo.
Santiago y su modernidad, con una arquitectura interesante en algunos sectores del sector Oriente, no me sirven si para ello hemos diezmado barrios como El Golf sin reciclar casi nada, a punta de picota y grúas. Edificios con altura, significativos en términos estéticos, no me contienen si cuando entro a los ascensores nadie es capaz de decir un simple “buenos días”. Siempre he comentado que los ascensores son los lugares donde más intimidad compartimos con el prójimo, después del ring de cuatro perillas (cama) ¿Subir 15 pisos con personas que miran el suelo y que ni la proximidad del punto negro o la halitosis, nos obliguen a ser mínimamente educados? No, no, a mi esa arquitectura de punta ya no me sirve. Es como tratar de justificar la universalidad de la pintura de Picasso; me cuesta digerirlo al contrastarlo con lo mala persona que fue con sus mujeres y amigos.
Llegué de mi último viaje con un contingente de ropa preciosa. Mi amiga Manena Pomeroy me pegó hace un año el interés por ser un gallo bien vestido. Caro sale el cuento, pero entrando ya casi en la cincuentena, es adecuado y hasta entretenido pasar de ser un tipo resultón a uno elegante y con estilo. Feliz me producía para mis salidas londinenses a tomar el high tea del Dorchester o la simple porción de scones & lemonade en un bolichito de Walton Street. Acá veo mi closet lleno cuando lo abro y me digo “mmm, ¿Dónde sería la cosa?” Porque entré al W hace una semana y quedé plop con la gente irreconociblemente mal vestida del lugar. Tipos de chaqueta de tweed café con chaleco debajo tipo Bellota (¿es que nunca escucharon la premisa inglesa “never brown after six”?). Y las mujeres, descuidadas, mal arregladas, o con unas minis apretujadas como prietas con medias brillantes “con K” como decía el comercial de los setenta.
¿En la comida salvamos? pregunta sor optimist. Vivo cerca del Boragó y el Sukalde, restaurantes de chefs que se codean y bien con sus colegas internacionales. La falta de público los obliga a salir pizarra a la calle con menús que muy en el fondo están gritando “¡no queremos cerrar!”. La Punta, siempre llena, salvatore a nivel comida y punto (valga el juego de palabras).Si a la “gente bien” le gusta ir a sentarse bajo una fea carpa, sentados en unas feas sillas y apretujarse hacinadas ante una ensalada rendidora, quiero iniciar un nuevo movimiento, llamémoslo “gente distinta”. Habitués de lugares fantásticos, visita obligada una vez por semana. Basta de querer dejarse ver en los lugares de moda, abandonándolos luego con una falta de fidelización total. En los hoteles se come bien, pero anda a hacer entrar a gente que no sean los pasajeros de turno. Los pobres establecimientos se desviven por crear accesos separados, tarjetas de socios, promociones. Vas al Cid y el tempura de camarones es delicioso, pero anda a encontrarte con gente elegante o por lo menos conocida: siempre he tenido la sensación que la parejita sentada a mi lado se ganó una “cena” (brutal palabra) en un sorteo de radio o en una tarjeta salida de un tarro de salsa de tomates. Perdóname Pato Ihnen amigo mío, flamante relaciones públicas de Starwood, pero espero que veas en mis líneas los mismos esfuerzos descomunales que tú y muchos otros hacen por subirle el pelo a este país.
El mundo adulto en su conjunto, es el responsable de tanto feísmo frente a los jóvenes, pues en vez de acercarlos a la belleza en las casas, los colegios, los lugares laborales, los adiestramos al simple y banal placer físico y el esforzarse lo menos posible. Criticamos sus “movidas” que terminan en el “botellón” del fin de semana, y todo porque los instruimos en las destrezas de sus habilidades y no en un verdadero, que muchas veces nace o bucea en o desde un plano espiritual, sentido de la belleza o la estética. El placer contemplativo hacia lo lindo, requiere adiestramiento, qué duda cabe. Ver como entrando al castillo de Fontainebleau en la semana te topas con filas interminables de niños de no más de 8 años, y como a una hora de distancia, Euro Disney crea estrategias 2x1 para lograr captar a los mismos, nos habla de estas acciones direccionales que generan en las generaciones jóvenes una espina dorsal de la estética que obviamente son el mejor bastión para luchar contra el feísmo. La excusa de ¿a donde los llevamos en Santiago?, termina siendo válida hasta por ahí no más. Todavía quedan algunos pocos reductos culturales donde poder aproximarlos hacia la belleza; por último esta está en todas partes. En una mesa bien servida, en una conversación sin garabatos, en la música de fondo conque amenizamos una tarde en la casa, en una película de James Ivory alquilada en Bazuca, en la llegada de ese mueble de estilo que tanto le hace falta a nuestros livings o en los árboles frondosos si los descriteriados no terminan con ellos antes. Siempre aparecerá, escondida detrás del feísmo en el que vamos cayendo a pasos agigantados.
La distorsión espantosa de la palabra “glamour” en Chile, reventada por la chulería televisiva, pagana y tan descartable, lanzada a los cuatro vientos desde las emisiones de farándula por unos panelistas que válgame Dios, no contribuyen a la expansión de la verdadera belleza per se. Si el mensaje sobre la redicha expresión se limita a un felpudo, que no alfombra, roja, y a una serie de individuos mal vestidos, mal portados, y con cero manejo de las buenas formas, piensen dos veces: Estamos frente al fin de la alta sofisticación. El advenimiento del siglo XXI tiene mucho de esto. Y no entendamos por sofisticación al dueño de un castillo y unos jardines maravillosos, que igual siempre estarán por sobre el Porsche del futbolista con la mina a coté entrando al boliche de Isidora. De última el primero tiene una historia que contar anudada a más de una disciplina relacionada al gusto. Entendamos la sofisticación, o el cuestionado “glamour” como el epítome de una serie de maneras que hacen a la persona refinada. Y nada tiene que ver esto con las castas y las clases. La chiquita que me atendió la última vez en Le Ruc de los Costes, me dejó sin habla. Bueno, era maravillosa, convengamos, y le pegaba tres patadas a una Scarlet Johansson. Pero había en ella una dulzura, un uso pausado y elegante de su idioma, un sentido del estilo dentro del apretujado vestido que la obligan a usar, una mirada serena y tranquila y una sonrisa a flor de labios. ¿Sexy? Si, ¿Glamorosa? A morir! Ah, pero es que se nace, dirán muchos. Ojo, pero también se aprende, y bien se desde donde se los planteo.
Con la estética del feísmo ya bien enquistada en nuestro pueblo, y más de una sola voz alzándose contra ella, queda tener la conciencia y la humildad necesarias para poder combatirla, primero sin que te traten de siútico vende patrias, con el firme propósito de remar en la dirección opuesta. Con por ejemplo la seguidilla de fotos que acompañan estas líneas, por si las copas de nuestras maravillosas montañas no nos dejan ver más allá en nuestra imaginación. Estamos hablando de lugares de un mundo caótico que día a día son salvaguardados por los puristas, los genios del gusto y los ciudadanos normales que solo abonan con los cuidados pertinentes, estos legados universales. Porqué la gente con probado sentido estético es escuchada; no como yo, que en mi calidad de simple arrendatario de un inmueble en Vitacura, pero con un libro sobre diseño a mi haber y creo que un sitio indiscutible en el panorama decorativo cultural del medio, soy olímpicamente ignorado por un comité de propietarios poseedores de la verdad absoluta en materia de lo que hay que hacer. He pasado por mi portería horrenda, años, viendo como deliberan sobre como re pintar los muros, enchular la misma. ¿Alguna vez han tenido a bien preguntarme siquiera, sabiendo quien soy, mi opinión pro-bono evidentemente, sobre algo que tenga que ver con el embellecimiento de las áreas comunes donde vivo? Cri, cri, cri
Como me posteó la periodista Camila Vergara en Facebook desde New York creo: “Es que en Chile rige la ley de la supuesta eficiencia; lo más bararto y utilitario va de la mano con la estética del feísmo. Se levantan edificios horrendos que tapan la cordillera y se comen los parques, y que luego de un par de años exhiben una mala vejez que queda como un eterno monumento a la estética dictada por el mercado...¡Nada se hace para ser admirado! ¿Siempre nos quedará París, no?
EXTRACTO REVISTA CASAS JULIO 2011
Fotos: Andrés Alsina (Paris, Chantilly, Fontainebleau y Senlis, Junio 2011)Fotos: Andrés Alsina
Fotos: Andrés Alsina (Paris, Chantilly, Fontainebleau y Senlis, Junio 2011)Fotos: Andrés Alsina