La ciudad de Viena tiene mil lecturas importantes, ninguna de ellas exenta de cierto refinamiento. Este mes descubriremos esta ciudad, vía Alsina, en cuatro registros bien distintos entre sí: Barry Lyndon y la Viena Imperial, el Café Central, con sus juegos de ajedrez y Grace Jones, una exposición bien curiosa sobre los baños y retretes que se desarrolla hasta Enero del próximo año en el Museo de los Muebles y finalmente un panorama más democrático en una zona industrial. Gran amante de esta ciudad, nuestro columnista parafrasea y sueña con ser desde el hijo más macho de María Teresa hasta una Sisí sentada en un wc pensando si la vida, su vida, valía la pena vivirla.
Texto y fotos: Andrés Alsina A. www.andresalsinainteriors.com
Una de las “perlitas” que más atesoro de mis clases es cuando para explicar algo a mis alumnos me lanzo al recurso de ahondar en referencias cinematográficas. Lo hago en la clase que doy sobre el color, la película Lejos del Cielo y su técnica “parezco película de los 50 coloreada” cuando en realidad su director Todd Haynes filmó toda la cinta como si en realidad hubiese sido posteriormente coloreada. O cuando quiero referirme al desalmado minimalismo de los 90s: Que mejor que usar de referencia a esos personajes siniestros como Bale en American Psycho o el marido neurótico y violento de Julia Roberts en “Durmiendo con el enemigo”. Ambos loquitos vivían en ambientes despojados a rabiar, inmaculados y despojados. Sin embargo hay una película maravillosa que a mi me produce ciertos desencuentros. Aún a sabiendas de que es una historia que se desarrolla principalmente en Irlanda e Inglaterra, Barry Lyndon no se porque cresta siempre se me va a la Viena Imperial del siglo XVIII y XIX. Causantes de esta distorsión estética e histórica pueden ser varias, quizá ninguna caiga en el ojo escudriñador del espectador común. El haber sido totalmente filmada por Kubrik a la luz de las velas y el vestuario por un lado, y la maravillosa escena de seducción de Reymond (Ryan O´Neal) a Teresa (Marisa Berenson) con el andante del trío para piano en mi bemol de Franz Schubert, por el otro, todo me lleva a Schonbrunn. El Belvedere o Hofburg. Ciudad elegante entre las elegantes, con monumentos miles, museos infartantes que recorren desde Rubens hasta Klimt, y una movida del modernismo en arquitectura super importante, paso obligado por el edificio de la Secesión.
La Secesión vienesa formó parte del muy variado movimiento actualmente denominado modernismo. Fue fundada en 1897 por un grupo de 19 artistas vieneses que había abandonado la Asociación. Como proyecto de renovación artística, trataba de reinterpretar los estilos del pasado ante los embates de la producción industrial que estaba desnudando estructural y estéticamente la realidad del arte y la sociedad de la época. Su primer presidente fue Gustav Klimt. Gracias Wikipedia y con esto dejo contentos a los arquitectos que deben de estar hartos de este Alsina que más parece una lámpara de lágrimas que otra cosa.
Tras recorrer los jardines de Schonbrunn, para que contarles como quedé petrificado ante el palacio de cristal, o invernadero, lejos el más espectacular del mundo. Sentado sin poder creerlo, me pasé horas mirando estas estructuras decimonónicas de fierro y cristal imaginándome ser desde el hijo más macho de María Teresa de Hasburgo, llevándome a las minas más regias de la corte, escondidos detrás de cualquier bosquecillo de palacio, hasta el machomenos Ludwig de Baviera declarándole su “amor” (como yo se lo declararía a la Mariah Carey o la Faye Dunaway, platónico a cagarse y hasta ahí llegamos) a la preciosa pero bastante tontona y errática Sisí la Emperatriz. ¿Acaso mis lectores, no han soñado ustedes con mil situaciones regresivas cuando estamos ante tanta belleza junta?.
Como sea, no hay nada que dé más hambre que el sexo, o pensar en el no sexo, por lo que naturalmente mis piernas quitaron palacio para dirigirse al muy famoso Café Central. Ubicado en el número 14 de la calle Herrengasse, no se impacten tanto con el edificio en sí. Si bien es llamativo, es un pastiche neo renacentista del siglo XIX. Quizá no soy muy ducho en cuanto a modernismo, pero la data y estilo de un edificio, rara vez se me escapa. Abierto en 1860 se convirtió rápidamente en uno de los puntos de encuentro más importantes de la intelectualidad vienesa, llamándosele irónicamente la “universidad del ajedrez”, por la cantidad de amantes de este juego que lo tomaron como cuartel general. Según una conocida anécdota un político al ser preguntado por la posibilidad de que estallase la revolución en Rusia, afirmó: “¿Y quién se supone que va a hacerla, el señor Bronstein desde el café Central? Bronstein en realidad era el verdadero nombre de Leon Trotsky, quien viviera en Viena como emigrante y que era un buen jugador de ajedrez. El escritor Alfred Polgar escribió sobre este famoso lugar: "El Central no es una cafetería como el resto de las cafeterías, sino una forma de ver el mundo (...) Sus habitantes son en su mayor parte gente cuyo odio por sus semejantes es tan intenso como su deseo de estar con otras personas que a su vez también quieren estar solas pero necesitan compañía. Los clientes del Central se aman y menosprecian mutuamente (...) A algunos autores les sucede que cuando están en el Central no se les ocurre nada. Fuera de él, mucho menos todavía." Pues bien, los días que frecuenté el Central no escribí un corno, pero me entretuve mucho viendo una tarde entrar a Grace Jones con su comitiva, esperando el Gran Baile que todos los años contrata a una estrella bastante en descenso, como madrina del mismo. Lejos de la fiera que se comía las plantas en el programa de Raúl Matas, y si bien no la vi jugando ajedrez, estuvo correctísima saludando a todo aquel que se le acercara (inclúyanme si quieren). El Central estuvo cerrado durante la segunda guerra y reabrió sus puertas en esplendor (incluido los elegantes baños) recién en 1986. Imposible no visitarlo si van a Viena.
Hablando de baños, y dentro de las curiosidades que ustedes pueden visitar hasta enero del 2012, en el Museo del Mueble, y después de saborear el filete del Biedermeier, estilo del que me considero fanático a morir, nada mejor que quedarse a ver una curiosa y novedosa expo. ¿Se imaginan cómo se vivía antes sin los baños? "Testigo íntimos" explica con lujo de detalles y un montón de piezas nada ortodoxas, las costumbres y los objetos insospechados antes de la llegada del retrete. Muebles con agujeros que se instalaban en una suerte de vestidores donde uno realizaba obligaciones escatológicas en medio de terciopelos y brocatos. IUU!! Mujeres como Sisí que en vez de champú se lavaba el pelo una vez a la semana con huevo y brandy; o “pelelas” usadas en la época del Rey Luis XIV, en el que las mujeres orinaban estando presentes en los sermones de los predicadores y las eternas actividades de la Corte. Muchas de estas vasijas de Limoges tenían pintadas picarescas escenas o atrevidos ojos que miraban desde abajo el underwear de las minas entre medio de los miriñaques y metros de telas. Esto me recuerda la "Filosofía del Tocador" del Marqués de Sade, el cual desarrolla su pensamiento sadomasoquista en la intimidad de un cuarto de baño en el siglo XVIII. Otros platos fuertes de la exposición son la recreación del vestidor donde la archiduquesa María Anna se acicalaba en 1831 o el neceser de viaje de Sisi, conocida por su afición a la cosmética y el culto al cuerpo. Cuentan que en su desesperación por no perder su belleza se hacía mascarillas faciales con ternera cruda o crema de fresas y aceitosos baños en oliva.
Viena tiene de sofisticado, casi todo. Que si el Gran Baile, que si la Opera, que si el Concierto de Año Nuevo y los caballos de la Real Escuela Española de Equitación . Una catedral maravillosa con sus techos en pizarras de todos colores, infinidad como ya dije, de palacios, palacetes y residencias de lujo. A algunos de estos lujitos accedemos con el simple pago de una entrada, a otros con mucho mayor sacrificio (pago de invitaciones que van a caridad), y a no pocas, solo por invitación por ser o pertenecer. En una línea más democrática y al alcance de todos los bolsillos y mentes contemporáneas, nada mejor que pegarse una escapada al barrio industrial de Simmering. Apenas llegar nos llamarán poderosamente la atención cuatro antiguos gasómetros fechados en 1896, justo cuando la ciudad decide invertir fuertemente en gas y electricidad. En su minuto fue la planta de gas más grande de Europa, pero una vez cerrada la planta en 1984, y tras un par de locaciones para 007, hoy, y en la línea de lo que es un Puerto Madero porteño o la nueva Tate londinense, uno de los atractivos comerciales más visitados por los vieneses. Departamentos donde antes había potentes tanques, las fachadas de ladrillo quedaron como íconos de la revolución Industrial, se suceden junto a un mall con más de 70 tiendas y gran variedad de restaurantes. Un polo decididamente dinámico y muy en la línea de lo que los arquitectos de hoy buscan como espacios sociales. Super entretenido aunque sigan pensando que soy , y repito, una lámpara de lágrimas caminando.
Nos vemos el mes que viene visitando una ciudad median francesa, esas que me enloquecen. Y no olviden de pasar a ver mi stand-venta de mi libro, en la ya inaugurada CASA COR 2011.