"Partiendo de la premisa de que el gusto es uno solo, ni bueno ni malo, hay que tener ciertas consideraciones a la hora de decorar todo tipo de espacios. De una parte están las tendencias, "la necesidad del vulgo" como pregonara Rostand. Vivimos invadidos por mil propuestas con las que el mercado termina por asfixiarte a la hora de consumir. No pocas veces me he encontrado con gente en las grandes superficies dedicadas a la casa y objetos, con cinco o seis cosas en la mano, sin saber muy bien por donde partir o que decidir. El bombardeo de tendencias es real, y este va en estricta relación con la celeridad que las empresas quieran deshacerse de los productos. En tiempos de crisis, el vil dinero termina por confundir aún más nuestra elección, pese a que la democratización de los productos igual ofrece alternativas. Si nos guíamos por las tendencias, fuera de toda intervención del carácter y nuestra personalidad, pasa mucho que mi casa termina siendo como la del vecino del frente, y la del lado, y la de más atrás; hay que al menos jugarse la carta de la idiosincracia del país donde vivimos para aprobar minimamente con honores. Si queremos ser consensuales basta con seguir la oferta al pié del cañón porque seguramente esta ya viene tamizada al "modus vivendi" (acuerdo entre las partes) de nuestra realidad decorativa. Si finalmente vivir en una suerte de departamento piloto nos deja tranquilos, nos genera un discurso zen donde el gusto no entra en juego, fantástico: eso te quitará horas de desvelo frente al resultado y la mirada de terceros.
De otra parte está "la virtud de los elegidos", vale decir el poder lanzarse decorativamente hablando con carácter, personalidad, sin ataduras de ningún tipo y huyendo del común denominador del "vivamos todos iguales". Acá el gusto entra en tensión, desde el minuto mismo que más allá de las consideraciones hemisféricas y culturales, le damos rienda suelta a nuestras pasiones, hobbies, ambiciones y ganas de dejar impronta en nuestras casas. Bien podemos ser unos puristas espléndidos, el mobiliario depurado del siglo XVIII ayuda, o unos "borderlines" siempre ad portas de caer en lo kitsch , feismo divertido de mala factura, o artistas locos cuyo único propósito es traspasar el genio al habitat."