Una alianza estratégica pero lógica, un peculiar lanzamiento y un recorrido por lo nuevo en decoración y tendencias hacen que los amantes de Buenos Aires no se la piensen dos veces a la hora de agarrar un avión y aprovechar las delicias que ofrece esta ciudad transandina. Siempre vigente, tan europea, imposible no pedirle a Alsina que nos entregue al menos una bitácora anual sobre la misma. Porque sus datos han fidelizado a muchos lectores desde hace años, pero la rapidez con que aparecen nuevos lugares, obligan a nuestro columnista a estar siempre alerta.
Cuando esta revista llegue a sus manos, mi libro “Andrés Alsina, Más Allá del Diseño” ya estará a la venta en las mejores librerías de Buenos Aires. Era de esperarse, mi conexión con esta ciudad es permanente; sin ir más lejos hay todo un capítulo en que hablo de la misma, sus fortalezas y defectillos. También y por una consecuencia lógica, el hotel que lanzó mi precioso libro no podía ser otro que el Sofitel Arroyo. Una relación anudada con el mismo de larga data (8 años al menos de pasar temporadas y años nuevos, fines de semana y visitas diarias fugaces) hablan de la fuerte conexión que tengo con este antiguo rascacielos que tanto ha aportado al sector Arroyo-Retiro (una suerte de “petit Recoleta” desde su apertura allá por el 2002). Porque si hay un hotel donde me han hecho sentir como en mi casa, ese es este. Y ya saben mis lectores que de hoteles se bastante. Desde la mucama hasta el bell boy , el “Bonjour Señor Alsina” es algo cotidiano en mi vida, así como el nombre falso con el que me protegen mi intimidad cuando quiero que nadie sepa que estoy en él. Jugar al Richard Gere no puede ser más divertido, y no hay como hacerlo si el personal maravilloso de un establecimiento como este, no se pliega a mis caprichos de “star” (de taca taca, de cabotaje, lo que quieran…pero “star” al fin de cuentas)
Ya con “Andrés Alsina, Más Allá del Diseño” lanzado en un delicioso brunch en el Café Arroyo, y siendo la primera vez que este café se cierra y presta para un evento privado, decido compartir con ustedes un día completo en Palermo Soho, acompañado del grupo de chilenos que cariñosamente viajó para lo del libro. Hacía mucho que no me dejaba perder por estas calles, ya convertidas en un verdadero centro de tendencias, desplazando y cómo a las tradicionales Florida, Santa Fé o Arenales. La movida llegó para instalarse, y la diferencia a nivel creatividad es más que evidente.
Armenia, Costa Rica, Gurruchaga, Gorriti, Honduras, nombres de calles que me son familiares hace décadas. El registro era bien distinto en los ochentas, cuando estas calles eran sinónimos de algunas fábricas de ropa franquiciada donde uno venía a probarse antes de un desfile o alguna que otra radio emergente. Por lo demás, calles residenciales sin mayor brillo, con casonas y casitas ahí no más, en franca decadencia. Como decadente era un personaje que vivía por aquí y que fue el causante de uno de los episodios traumáticos de mi vida; un pasaje que visto en perspectiva produce risa más que otra cosa, pero que en su minuto pudo haberme acarreado consecuencias nefastas. No quiero ahondar en el tema, solo decirles que hay mucho de un capítulo de la novela que pretendo publicar el próximo año, inspirado de una relación peligrosa que empezó a gestarse dentro del perímetro de lo que hoy conocemos como Palermo Soho.
Salvo Barcelona, ciudad a la que no volví nunca, por el miedo a que los recuerdos de niñez logren estrellarme contra ella, los lugares en los que la pasé mal, han sido ingeniosamente revertidos, y ya no solo por mí, sino que por la mutación puntual o casual que los han transformado en sectores de registro totalmente distinto a cuando fueron mala onda para mi corazón, billetera o estado anímico. Es así como hoy día, este sector de Palermo se ha apoderado de gran parte del diseño y la movida porteña. Restaurantes escondidos detrás de paredes de graffitis y enanas puertas de acceso (Tegui), cayendo en amplios salones sofisticados por una clientela linda más que por la decoración misma. Templos de la nueva gastronomía exótica (TO), y de las esquinas más codiciadas del sector, compiten con los barsuchos de onda, francamente descartables, y las franquicias donde sí se nota que han metido plata (léase Nucha siempre lleno o cualquier heladería tipo Pérsico o Volta). En materia gastronómica no voy a ahondar, cuidado donde se come en Buenos Aires, las intoxicaciones andan a la orden del día, pero si y como estas columnas lo exigen, en decoración vamos a explayarnos. De un tiempo a esta parte todos hablan de Paul. Para mi Paul es sinónimo de boulangerie francesa ni buena ni mala y con sucursales fuera del país galo tanto en Londres como en los Países Bajos. El Paul porteño es una tienda tipo brocante, almacén de cachureos chic, visita obligada de todos los matrimonios jóvenes en busca de ideas, turistas y amantes de la decó. Atravesando un pasaje donde antiguamente anduvo un tranvía, entre pizarrones, maceteros, un winter garden donde el Tealosophy de Inés Berton hace las delicias de los amantes del milenario brebaje, esta nueva tienda merece ser visitada. No es ni mejor ni peor que otras que en su momento arrasaron, léase La Corte, pero tiene un espíritu que hay que reconocer que te atrapa. El orden-desorden, el toca lo que quieras que no pasa nada, el mix entre galpón de antigüedades y la mezcla muy Mandarino (siendo la tienda de las Tagle-Balbontín infinitamente superior), logran atrapar a un público que cada vez se siente más interesado por la decoración. El efecto no soy cara, pero soy a la vez prohibitivamente cara, se logra con una oferta dispar. Porque efectivamente puedes salir con un ambientador a la verbena exquisito por el equivalente a ocho mil pesos chileno (grande y bien presentado), pero Ay! Auch! Uy! si se te ocurre darle vuelta a las etiquetas de las alfombras, lámparas de lágrimas o muebles. Dos, tres, cuatro, cinco millones chilenos como si nada. Si, Buenos Aires está ya hace rato orbitando a un nivel de precios que le ha hecho bajar en un 40% la entrada de turistas en lo que va de año ( y no solo por los efectos nefastos del Puyehue). Lo que pasa es que es una ciudad, a diferencia de Santiago, que siempre ha tenido un nicho que compra lo que sea no importando el precio. Es histórico, “tirar manteca al techo”, conocida frase equivalente a nuestro “tiremos las casa por la ventana” no es un dicho aislado. Cuentan que en los años 20 estaba el señor Anchorena (la triple A de las platas de la época eran estos con los Alvear y los Alzaga), muy apontigado en Maxim´s , y de aburrido le propuso a sus comensales jugar a tirar mantequilla al techo para darle a no sé qué plafonier o pintura. Al día siguiente el restaurante le mandó una factura de veinte mil dólares por daños al local (pensemos en un medio palo verde de los de hoy día). Igual convengamos que la masa que uno ve los fines de semana por estas calles, muestran más caras de espanto frente a según qué precios, que las ganas de andar “tirando nada al techo”. Conscientes de que no todo en esta vida está para ser comprado, estoy seguro que les va a encantar el dato.
No muy lejos, tres cuadras, un pequeño nuevo hotel boutique, el Ultra, parece decorado por Andrés Alsina. Si hasta el restaurante es parecido al Jardín Secreto. Sofás rayados negro con blanco, sobredimensión en los objetos, juegos de luces, mucho cortinaje y pared oscura, no dejen de ir aunque sea a tomarse un café. El divertido lobby contrasta con algunas ventanas a la calle que muestran calzones y ropa secándose a los tibios rayos de sol de agosto. Muy Soho, la gente de este barrio es alternativa pero chic; nadie se espanta de nada, hay hombres tomados de la mano, peinados estrambóticos y Catas Pulidos (lo que yo llamo una mezcla de belleza-inteligencia-irreverencia) a montones. Los diseñadores top Mariano Toledo y Benito Fernandez tienen sus headquarters en la Recoleta, pero se les ve muy conversa que te conversa en las veredas de sus sucursales de fin de semana en Gorriti y Honduras. El comercio cunetero es entretenido, sobre todo en la onda “muérete los aros choros” o “ que cool billetera para mi pololo”. Una fauna entretenida que es de por si un espectáculo tan o más jugoso que las vitrinas mismas. Porque los argentinos siempre han sido de “avant garde”. Cuando se usa la mini, estas mujeres dejan prácticamente nada a la imaginación (micro micro mini); los chupines en los hombres, verdaderas patas o leggings, todo llevado al límite. Siempre han sido bien europeos para sus cosas y en esta concentración de calles puedes creerte en Londres o Amberes o Berlín. Así que piérdanse un día entero que seguro recordarán más de algún objeto, un peinado o una situación por mucho, mucho tiempo.
Ya de regreso en el Sofitel Arroyo, me reúno con mi amigo Roberto Devorik a chusmear los pormenores de mi lanzamiento. Que si Malena de Alzaga quedó fascinada con el libro, que si Carlos Baute confesó haber tenido una tienda de decoración de más joven, que como hizo Roxana Punta Alvarez para estar espléndida si dos días antes figuraba en su cama espléndida con dosel a medio morir intoxicada. Toya Oswald y sus sabrosas historias de cuando estaba casada con el lobito Urrejola, Bonny Bullrich triste por no haberle arrendado yo su depa en el piso….40! (muero de vértigo), Fini Travers de la DYD y los planes para el “chileno divino”. Y yo con una oreja en la conversa y con mis pensamientos en donde los llevo el mes que viene. Pienso en Londres, en Toulouse, New York o Grecia. La concentración de muebles Biedermeier en el lobby de mi hotel preferido me da la clave de una ciudad que se me ha venido quedando en el tintero hace mucho…si, listo!! Nos vemos en Viena!!