miércoles, 12 de enero de 2011

LONDON SPRING AFFAIR


Revista Casas Noviembre 2010



Cuando viajo y saco fotos, nunca se a ciencia exacta la fecha de la publicación de las mismas.En esta entrega y por primera vez, ya tenía claro cuando apretaba el disparador, que las imágenes que acompañan este texto tenían que aparecer en nuestra primavera. Y que mejor que en el número aniversario de nuestra revista. En mi caso, celebro este mes 48 entregas, 30 destinos diferentes,cerca de mil fotografías, mucho jet lag y un pedazo no menor de quien soy, como pienso, como me comunico. Y no solo en términos de diseño. A estas alturas mis seguidores saben que soy bien libro abierto.


Es recurrente eso de que somos los ingleses de América. Cierto o no, que nos sirva esta casi pretensión como base para establecer ciertas similitudes. Si Santiago es gris, y Londres nunca va a poder sacarse su fama de lluvioso, nublado y foggy (discrepo porque tengo mis sospechas de que los frentes borrascosos han bajado sus latitudes “maybe” por lo del calentamiento global); es decir, si estas dos capitales muestran una cara media sombría gran parte del año, ¿Porqué los ingleses reciben los tímidos rayos de sol de la primavera con una explosión de flores y plantas y nosotros solo esperamos ver como florecen los árboles y punto?.
La primavera londinense me pilló este año muy bien ubicado en The Berkeley, es decir a tiro de escopeta de  Chelsea, Mayfair y Knightsbridge. Los recurrentes siempre somos predecibles a la hora de priorizar por donde partir. En mi caso siempre es Walton Street, una calle de apariencia provinciana y tranquila pero que más de un espaldarazo estético me ha brindado ultimamente. Todo normal hasta que diviso en la vereda contraria una pequeña vitrina y un letrero: Prelway.
Ahí quedé, petrificado. ¿Cómo cresta TODO puede ser lindo y de mi gusto en una sola tienda? Porcelanas de Limoges, cómodas de espejo (si, siguen a morir), cuadros, cabeceros de cama…todo. Solo 40 mt2, una buena página web y dos vendedoras como salidas de una novela de Barbara Cartland. Viejas, chicas, enteradas y tan inglesas. Hubo un momento en que quise decirles “ladies, gimme a break please!!”. Y otro, si, castigame Señor castigame,en que pensé en meterme un porta llaves en el bolsillo. Ya se, ya se, esa maldita costumbre de volver con “souvenirs” del extranjero. Bromas aparte, nunca lo he hecho. Pero de tener esa mala costumbre (naughty, naughty boy!!), les aseguro que me cazueleo a una de las vendedoras y salgo con todo. Que maravillas!! Y que precios!! Grrr de rabia!!. Incomprable. Un maceterito de no mas de 15cms de diámetro, el equivalente a trescientas lucas.
 
Ya en Lexington camino a Chelsea, las vitrinas de Cartier y Montblanc me dejaron boquiabierto. La primera (ver foto) con esa inmensa flor saliendo del vidrio en clara fiebre Alicia en el Pais de las Maravillas. Hermés Chile sacó la misma idea, pero habría que darle cuerda al Sinforoso que pintaron en la fachada para caer en cuenta de donde viene la inspiración. La segunda, con una leyenda escrita que me dejó de piedra, apoyo gráfico a la nueva pluma de la marca bautizada Elizabeth:
“Se que tengo el cuerpo de una débil y frágil mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un Rey, y de un Rey de Inglaterra también”. Chúpense esa mandarina. Y todas la frutas hechas jugos que ofrecen los cientos de kioscos en el nuevo Notting Hill. Spietalfields Market, bien al este, llegó a ser en el pasado el mayor mercado de fruta de la ciudad, y lo que vemos hoy es un espacio bien reducido de lo que fue en su momento (siglos XVI y XVII). El mercado y comida orgánica tiene miles de seguidores y obviamente el día fuerte es el domingo.
Muy cerca, Brick Lane es una suerte de callejuela eterna y sinuosa con mil hangares, algunos de no mas de 1.90 de altura, donde el vintage manda. Y también los malos olores, las frituras y “monté mi tiendita con tres vinilos, un par de anteojos y una lámpara sesentera”. Vamos, una onda artesa design, que aunque a muchos les parecerá “simpática”, a mi termina por deprimirme y salpicar rapidamente hacia lugares más creíbles (lease Portobello Road por ejemplo). Me quedo con nuestra Vega; al menos siempre podremos acuñar varias salidas chilensis de antología.
 
Marylebone recibe el buen tiempo con vitrinas donde las rosas, en maniquíes, estatuillas y todo aquello a lo que pueda adosárselas, nos llaman a la poesía, los olores y el color. Los rayados de las sedas de la Tricia Guild parecen más fuertes que de costumbre, y hasta la apuesta ya un poco latera de Sir Conran Shop, toma nuevos aires con el fulgor del ánimo con que el comercio anuncia nuevos aires.
Sentado en uno de los miles de EAT londinenses, sandwich y jugo mediante, reflexiono sobre la importancia de las vitrinas. No solo como factor atrapa clientela, no. Más allá de eso, una linda vitrina puede de manera efímera y estacional aportar al entorno urbano un valor agregado grato para el vecino y el turista. Convengamos que las ciudades europeas lo logran sin necesitarlo (la historia y la arquitectura están a la órden del día). ¿Porqué entonces capitales como Santiago, donde esto no abunda, no se la juegan por aportar através del comercio una propuesta estética que supla la falta de todo lo demás? Recorriendo con mi mente el eje Nva Costanera-Alonso, y salvo las calcadas a nível global Vuitton, Hermés y Ferragamo, las boutiques de decoración del sector tienen una deuda tremenda con el consumidor. Ganan los malls lejos, donde a un Saville Row no le importa meter muebles para potenciar su look en la moda. Solo Enrique Concha en Nuestra Señora de los Angeles trasmite el cariño por lo que hace a la hora de presentar una vitrina. Siempre novedosas, siempre con cuento, con una realidad comercial salvaje que ni necesita de las mismas. ¿El resto? Pareciera que a uno quisieran venderle la pomada del bazar donde todo está revuelto y no espanta, desde la entrada misma. “Ven, entra, soy abordable, no te asustes” pareciera ser que gritaran una tras otra las tiendas de decoración santiaguinas. Hasta cierto punto los entiendo, vivo de lo mismo. ¿Pero no sería mejor chantar esa frase en calcomonía en la puerta de entrada y jugársela por una vitrina temática que por último, en un Chile sin mucha media estación, cambiaramos dos veces al año?