En un panorama actual donde no hay nada nuevo bajo el sol, echar mano de lo que nos gusta es tan válido como cómodo. Durante mucho tiempo Ralph Lauren me sonaba a yankada de raíz inglesa. Ver como un judío americano revolucionaba primero Estados Unidos mezclando el estilo de los reductos de la costa Este (Hamptons, Nantucket, Boston y Martha´s) con la cosa india y cowboy de la costa oeste, me producía interés como logro comercial, poco más. ¿Porque necesito llevar un caballito bordado en mis camisas como referente social cuando tengo claro de donde vengo y más claro aún hacia donde voy? Hay todo un tema en Chile con el caballito arriba y el Dockers pinzado abajo. Me imagino a miles de gallos partiendo su “casual Friday” seguros de que esta combinación mortal los va a hacer usar palabras, apostar acentos y expresar ideales que no les pertenecen. La aristocracia chilensis no es bruta, y jamás podrán llegar a camaleonarse con ella por un monograma a la altura de los pectorales y un símbolo de aviación a la altura superior de las nalgas.
Eso me pasaba antes, porque yendo a un plano meramente estético y de calidad, ahí la cosa empezó a cambiar en mi mate. No fue rápido, no fue tan evidente. Todo partió tímidamente cuando descubrí la tienda Polo en Madison allá por el 99, decorada por Naomi Leff con la réplica de mi entrañable escalera del Connaught londinense.
Más recientemente, Andrea Cabrera, ex L´Oreal Chile y parece que también ex amiga, porque nunca más supe de ella, me sorprendió con el cacho libro de Ralph Lauren que podemos encontrar en las buenas librerás santiaguinas. Ahí el petiso Mr Lifschitz (su verdadero apellido), me enseñó la importancia de marquetearse sin piedad ni medida. El en su descapotable, a caballo y en jeans, con sus niños en las Rocosas, a pata pelada en su mansión de Jamaica, con panama en la cabeza en Palm Beach, o con su blonda compañera tomando desayuno. La proporción EL versus PRODUCTO les aseguro que es 60 a 40. Lo que acá nos parece impensable, una facultad que pareciera ser propiedad del rotamen farandulero, en otros países es moneda corriente. Y tremendamente calculado, eso se nota. Hace rato que vengo diciendo que el control sobre la imagen en el mundo en que vivimos es de vital importancia. A Chile le falta, pero todo llega y facebook aporta lo suyo en las mentes más austeras.
Mi gran revolución “Oh gran Ralph!”, parte ya de forma obvia e irrevocable, cuando el caballero en cuestión abre su linea Casa y Muebles, en la misma tendencia lógica que muchos diseñadores de ropa comenzaron a hacerlo (Calvin Klein, Armani, Paul Smith, Hermés…) Rescatando lo mejor de Inglaterra pero llevado a la vida moderna (bravo por aggiornar tanto clasicismo a la caoba ultra brillante tipo Cerveró), Ralph Lauren hoy es un referente indiscutido de cualquier decorador del planeta. Sus camas son todas
espectaculares, únicas, así como varios modelos de coffee tables y escritorios. Ni hablar de esos baules veladores tan dificiles de imitar y que nos remiten a ese dandy viajero ya extinto. O quizá él sea el último, logrando como hombre de negocios llegar a lo más alto, y mantenerse, lo más difícil, desde que empezara con su primera colección de corbatas allá por el 67. Hoy día ha enquistado su espíritu hasta en una sociedad tan chauvinista como la francesa. En París lo adoran, lo pagan carísimo y hacen cola para comer cualquier cosa de la breve carta del nuevo Ralph´s, en pleno Saint Germain des Pres.


Hace un par de meses lo constaté in situ. Llegué con una amiga vestidos los dos de Polo, la cagamos para predecibles, ejeje, al nuevo flagship del americano ubicado en EL barrio parisino por excelencia. En un edificio classée del siglo XVIII maravilloso, atravesamos el portón encontrándonos, previo tu si ,tu no, tu tal vez, con un patio interior fresco, ligero, muy Hamptons en sus colores azules y blancos, en la espera de mesa al interior (mi amiga es tan regia como anémica y se muere de frío con cualquier temperatura inferior a los 30). Ya dentro, el espíritu Ralph´s no puede ser más ad-hoc: gran chimenea, chesterfields de cuero envejecido, bergeres tapizadas en lanas escocesas, piedra y cuadros de caceria, todo salido como de una de las residencias Vanderbilt de la Quinta a fines del XIX. Si hasta te da la sensación que en algún punto retumban las carcajadas de Alma tras ser aceptada por Caroline Astor al club de los 400 (cifra de socialités que cabían en su salón de baile) y que marcara la sociedad norteamericana por varios años. Un puj por ahí, un desubicado fumando cigars por allá, los mozos como salidos del GQ, y los franceses al fin transportados en algo gringo que no sea la típica cultura fast whatever. Bravo Ralph!.


Las tiendas RL son parecidas, pero no exactamente iguales. Coquetean bastante con el espíritu elegante de cada capital. Es así como el cuartel general de Buenos Aires mantiene cierto aura cuando esperamos ver bajar las escaleras a Roberto Devorik, el manager para Sudamerica, personaje porteño famoso por ser uno de los más íntimos confidentes de la desaparecida Lady Di. O la de Londres, difícil tarea en una ciudad que inspira de raíz a la marca. Pero que logra imponerse sorteando el mundo del tailoring con esa movida más fresca , alcanzable y cotidiana.
Ya en Santiago, Vitacura, sencilla pero envidia de los Saville Row y las Martina y los Brooks Brothers ,una casa donde nadie te acosa ni te apura ni sientes que quieren endosarte prenda alguna; para eso están los corners de las multitiendas. Solo caes en un exqusito reconocimiento cuando la jefa de tienda, te dispara cariñosísima un “Muchachos, este hombre es el gallo con mas gusto de Chile y del mundo”, convencido yo que detrás mío viene entrando el propio Ralph.
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Ralphs car. Publicado en Casas/Octubre 2011 |